Siempre
habrá una mejor forma, aunque no lo entiendas, de querer besarle los
labios a esa persona que, día tras día, te sonríe tan bonito que no
paras de imaginarte una vida: un futuro. Ahora mismo, lo único que le
encuentro sentido; en toda la vida, es ella. Mirarle se me ha vuelto una
adicción de esas que terminan por destruirte. Y no sé si vaya a venir. O
si se queda y nos morimos un poquito cada
día más por ser tan efímeros. Pero, entonces se nos da bien sonreír. No
importan las heridas, o si llevamos cicatrices del pasado, si hemos
cometidos delitos al dejarnos caer en el precipicio. Pero juro que
<<cometernos>> será el mayor delito, y lo más bonito que se
haya pintado en el cielo. Y el cielo baja, y posa en el borde de tus
labios. Los imagino. Los toco rodeandolos con las yemas de mis dedos. Te
acaricio. Me pierdo. Conseguimos el punto exacto para encajar en una
realidad de mierda. Empezamos a querernos aunque los kilómetros nos
maten y los vientos soplen en contra de cada verso que te escribo. Si
pudiera pedir un deseo: te pido a ti envuelta en mis brazos, acariciando
mi cabello, mirando mis ojos (yo miro los tuyos), sonriendo como si el
mundo se fuera a acabar allí. Y no le daría importancia sí tú estás ahí;
completando el rompecabezas de siempre. Nos besamos, y sentimos cómo se
nos desgasta la vida y se enciende al mismo tiempo las emociones que
nos guardamos por cobardes, por desaparecer de repente y no querer saber
ni el sonido de las olas. Quizá los rincones oscuros sean una
escapatoria, claro. Pero lo cierto es que tomo las suficientes fuerzas
para tomarte por los hombros, llevarte hacia mi pecho, bordar tu cuello
con mis manos, y hacer de ti una libertad en mi boca. ¿Por qué estás tan
lejos? No lo sé. Pero empiezo a contar kilómetros. Me desespero. Miro
al techo buscando alguna explicación bastante razonable y, lo único que
encuentro, son fotografías tuyas tatuadas en mi mente. Pero siempre
habrá una mejor formar de besarte los labios, aunque la distancia me lo
impida.