“Y luego venían tus ojos brujos y cambiaba
de color la habitación, se volvía cálida y fogosa. Dedicar el tiempo a
robar tus huellas, a tatuar tu piel con mis labios y no había horas, ni
minutos y que más daba si era día, si era noche, si nevaba o llovía,
para ti y para mi, lo mismo daba el clima. Tus ojos mirándome siempre
desde arriba, a escondidas, entrecerrados, ojerosos, exaltados,
hermosos. Y tu boca que se abría al compás de mis latidos ¿quién eras?
¿qué clase de conjuro habías usado contra mi? Y esos ojos que hablaban
lenguajes que solo yo conocía, gritaban, gemían, lloraban.
Amaba cuando lloraban, su hermosura se pronunciaba, dulce amor goteando de tus pupilas, en las que tanta veces me refleje… en las que tantas veces me perdí…”
Amaba cuando lloraban, su hermosura se pronunciaba, dulce amor goteando de tus pupilas, en las que tanta veces me refleje… en las que tantas veces me perdí…”
*Fragmentos de un no sé qué, Mercedes Reyes Arteaga