27 may 2015

Vicios...

Tengo unos cuantos vicios ridículos, como cepillarme el pelo durante siete minutos ininterrumpidos, comer frutas cortadas en números impares, contar los lunares de las personas, fijarme en los tics nerviosos de mis interlocutores, fumar cigarrillos largos y suaves, y usar internet más de seis horas diarias.

Tengo el vicio predilecto, entre todos ellos, de amarlo aunque me trate como si fuera escoria. Lo llamo al menos cuatro veces al día, cuando voy sintiendo que la abstinencia de escuchar su voz me conduce a fumar descontroladamente. Marco su número de memoria y oigo la música de espera, mientras golpeo las suelas de mis zapatos contra la cerámica.
Cuando me atiende distingo el fastidio con el que saluda y responde, me dice que está ocupado, le contesto que lo extraño y me dice que nos veremos pronto, aunque nunca especifica cuándo caerá ese "pronto"

De mis vicios, el peor de todos es ser su prostituta, a todo lo que me ordena, yo accedo. Nunca existe en mis labios una negativa, mi cuerpo jamás se escapa a sus deseos, gozosa me humillo y obedezco. Lo amo aunque sea un maldito ególatra, lo necesito aunque le importe un carajo mi ánimo y mis anhelos, lo aprecio a pesar de que coquetee con cuanta mujer se le cruce, frente a mis narices y mis ojos llorosos.

De tantos vicios que tengo, el más despreciable y difícil de erradicar, es el de tenerme de menos, cuando en realidad merezco mucho más...

Patricia Medina

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