13 dic 2015

Odio...

Odio cuando las cosas van y vienen. De repente, se siente un vacío interminable. Un mar de lágrima que brota por el rostro de un hombre (porque sí, ellos también lloran) que la quiso mucho. Una impaciencia al escuchar cómo los muros se caen: sólo hay derrumbes en la vida. Y correr hacia ninguna dirección tratando de buscar el amor que perdimos en una canción triste en pleno bar, recordando, lo felices que eramos a orilla de playa, en el banquillo de un parque compartiendo audífono, en medio de una calle mojada con el olor reciente de la lluvia. Y qué bonito era imaginar la sonrisa de volada desde el pecho hasta su boca. Recorría kilómetros. ¿Cuánto más habrá que esperar? ¿Cómo se hace para dejar de sentir cuando te han dedicado la vida completa con una mirada? Se siente el abismo, nos corre por el cuerpo, nos sumergimos profundo en los pensamientos cayéndonos en la cama, mirando al techo buscando alguna explicación a toda la soledad que se asoma. Es así, viene, me dedica una sonrisa de media luna, y luego termina por irse. Aún así, en mi caso, la sigo queriendo como a nadie. Me sigo imaginando vidas enteras y mares qué recorrer tomados de las manos. Miro al espejo y lo único que consigo, es imaginármela.

— David Ruiz

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