Odio
cuando las cosas van y vienen. De repente, se siente un vacío
interminable. Un mar de lágrima que brota por el rostro de un hombre
(porque sí, ellos también lloran) que la quiso mucho. Una impaciencia al
escuchar cómo los muros se caen: sólo hay derrumbes en la vida. Y
correr hacia ninguna dirección tratando de buscar el amor que perdimos
en una canción triste en pleno bar, recordando, lo felices
que eramos a orilla de playa, en el banquillo de un parque compartiendo
audífono, en medio de una calle mojada con el olor reciente de la
lluvia. Y qué bonito era imaginar la sonrisa de volada desde el pecho
hasta su boca. Recorría kilómetros. ¿Cuánto más habrá que esperar? ¿Cómo
se hace para dejar de sentir cuando te han dedicado la vida completa
con una mirada? Se siente el abismo, nos corre por el cuerpo, nos
sumergimos profundo en los pensamientos cayéndonos en la cama, mirando
al techo buscando alguna explicación a toda la soledad que se asoma. Es
así, viene, me dedica una sonrisa de media luna, y luego termina por
irse. Aún así, en mi caso, la sigo queriendo como a nadie. Me sigo
imaginando vidas enteras y mares qué recorrer tomados de las manos. Miro
al espejo y lo único que consigo, es imaginármela.
— David Ruiz