Aquella noche, perseidas brillantes
golpeaban contra el suelo y expiraban al instante, las miraba y sonreía
en medio de lágrimas, era un espectáculo precioso. El cometa
Swift-Tuttle hacía su recorrido por el cielo, tu ojos reflejaban su
esplendor, ya no había miedo, ni melancolía, habían recuperado su
brillo. Nuestras manos estaban entrelazadas y nuestros dedos formaban un
infinito. En mí interior, pedía que nuestra historia no sea como las
estrellas, que no caiga nuestro amor en la madrugada y que el cielo no
se desgarre por nuestra culpa, pedía una eternidad a tu lado, mil lunas
en tus brazos, danzando al compás de tus latidos.
Quién lo diría, dos personas rotas construían una nueva vida juntos, eran incapaces de ver solo por si mismos y siempre buscaban ayudar a los demás, abrían su corazón y cada vez que alguien se iba, dejaba todo destruido, siempre vacíos, incautos, cargaban en sus tobillos las cadenas del pasado, las sangre de las heridas sin sanar, desastre y locura, no era una buena combinación para los demás. Años intentando encajar en lo cotidiano, y en el momento menos pensado, todo empieza a cambiar, porque existe alguien que cuando lo ve caer, no se espanta de su lío,
admira sus ruinas y le hace resurgir,
alguien que le enseña donde están las llaves de sus cadenas y se atreve a descifrar la contraseña de su corazón,
que llega a querer en llamas,
insoportable,
cuando callas y cuando desesperas, en maldiciones, luchas y desequilibrio,
y lo es,
es caos.
Y esta bien, porque ya no hay máscara que cubra sus ojos rojos, ya no debe sonreír si no quiere hacerlo, ya no es por partes, hablan un mismo lenguaje, grandes mentes llenas de desorden se conectan,y ahí estaban, desafiando al destino, en medio de la noche,
era imposible vivir o quizás morir sin el otro, para su historia “vivir felices para siempre” no era suficiente,
ellos iban más allá de la corta vida,
se habían inmortalizado.
Quién lo diría, dos personas rotas construían una nueva vida juntos, eran incapaces de ver solo por si mismos y siempre buscaban ayudar a los demás, abrían su corazón y cada vez que alguien se iba, dejaba todo destruido, siempre vacíos, incautos, cargaban en sus tobillos las cadenas del pasado, las sangre de las heridas sin sanar, desastre y locura, no era una buena combinación para los demás. Años intentando encajar en lo cotidiano, y en el momento menos pensado, todo empieza a cambiar, porque existe alguien que cuando lo ve caer, no se espanta de su lío,
admira sus ruinas y le hace resurgir,
alguien que le enseña donde están las llaves de sus cadenas y se atreve a descifrar la contraseña de su corazón,
que llega a querer en llamas,
insoportable,
cuando callas y cuando desesperas, en maldiciones, luchas y desequilibrio,
y lo es,
es caos.
Y esta bien, porque ya no hay máscara que cubra sus ojos rojos, ya no debe sonreír si no quiere hacerlo, ya no es por partes, hablan un mismo lenguaje, grandes mentes llenas de desorden se conectan,y ahí estaban, desafiando al destino, en medio de la noche,
era imposible vivir o quizás morir sin el otro, para su historia “vivir felices para siempre” no era suficiente,
ellos iban más allá de la corta vida,
se habían inmortalizado.
-Andrea Manuela ©