La maldita herida que no cierra,
que al tocarla apenas sangra;
el pasado como un abismo en el que caigo
cada vez más profundamente
al escuchar el lamento de mi corazón desangrándose
en la impotencia de saber que él me amó,
me amó,
me amó,
para luego abandonarme.
El dolor de un sueño destruido,
pero no por el entrometimiento de un tercero,
sino por su propio miedo,
por su cobardía,
por el exceso de realidad de su visión
pesimista, nefasta, corrompida.
La herida que lleva su nombre,
la mirada que oculta el amor truncado.
La maldita,
maldita
frustración de no saber,
no saber cómo son sus labios
pegándose a los míos...
El dolor inmenso de ya no saber
cómo hubiera sido amanecer
cada día, lluvioso o soleado
al costado de su cuerpo, en la cama,
oyéndolo respirar o palpitar en mis oídos...
La herida, viscosa, hedionda,
llena de putrefacción en que se ha transformado
mi pobre existencia, encadenada
a esa incertidumbre de no saber,
no saber,
¡no saber!
cómo hubiera sido ser feliz a su lado.
que al tocarla apenas sangra;
el pasado como un abismo en el que caigo
cada vez más profundamente
al escuchar el lamento de mi corazón desangrándose
en la impotencia de saber que él me amó,
me amó,
me amó,
para luego abandonarme.
El dolor de un sueño destruido,
pero no por el entrometimiento de un tercero,
sino por su propio miedo,
por su cobardía,
por el exceso de realidad de su visión
pesimista, nefasta, corrompida.
La herida que lleva su nombre,
la mirada que oculta el amor truncado.
La maldita,
maldita
frustración de no saber,
no saber cómo son sus labios
pegándose a los míos...
El dolor inmenso de ya no saber
cómo hubiera sido amanecer
cada día, lluvioso o soleado
al costado de su cuerpo, en la cama,
oyéndolo respirar o palpitar en mis oídos...
La herida, viscosa, hedionda,
llena de putrefacción en que se ha transformado
mi pobre existencia, encadenada
a esa incertidumbre de no saber,
no saber,
¡no saber!
cómo hubiera sido ser feliz a su lado.
Patricia Medina