«Aquella tarde no sería como cualquier otra. Aquella tarde te irías
para siempre. No volvería a verte jamás. El cielo estaba nublado,
reflejando la tristeza que nos albergaba, tantos días nos tuvo envidia, y
finalmente cuando te vio partir también decidió llorar. Incluso el aire
olía a tristeza.
Yo me aferraba a tus brazos como si mi vida
dependiera de ello, tu me abrazabas fuertemente, mientras me susurrabas
cuanto te dolía tener que hacerlo. Pero era tu deber, el honor de todo hombre ante la guerra, salvar y servir a su país. Aun cuando en el proceso las bajas fueran dos corazones rotos.
El tren comenzó a oírse, tomaste mi mano. Yo sabía que sería la última
vez que lo harías, nunca antes el contacto piel con piel con una persona
había dolido tanto. Me miraste a los ojos como si fuera el último
recuerdo que esperabas atesorar, logrando como tantas veces descifrar mi
alma a través de mi mirar.
Me diste un beso en la frente, suave
y cálido y un último en los labios. Lento, de esos que esperas que
duren toda la vida. Uno para el viaje; otro para el resto de nuestros
días.
Jamás pensé que tal despedida sería permanente, que no volvería a verte sonreír jamás, que no estaríamos juntos al menos en esta vida.
Han pasado más de sesenta años, y te confieso cariño que aun guardo aquel beso conmigo, sé que pronto estaré contigo y esta vez nadie nos separara.»
Jamás pensé que tal despedida sería permanente, que no volvería a verte sonreír jamás, que no estaríamos juntos al menos en esta vida.
Han pasado más de sesenta años, y te confieso cariño que aun guardo aquel beso conmigo, sé que pronto estaré contigo y esta vez nadie nos separara.»
—Melanie C. Sánchez©